LUNA DE MIEL o LA RAZÓN DE VIVIR
PERSONAJES
(Por orden de aparición)
ASISTENTA 1
ASISTENTA 2
CAMILLERO
ANTONIO, ....................hijo de Luis
ENFERMERA 1
DOCTOR HERRÁN
LUIS, ..............................enfermo terminal
ENFERMERA 2
ELISA, ............................esposa de Antonio
LUISITO, ........................nieto de Luis e hijo de Antonio y de Elisa
MARÍA, ..........................una enfermera muy especial
CLARA, ..........................esposa de Luis
Derecha e izquierda del espectador.
Entran dos asistentas y comienzan a preparar la cama de la derecha. Siguen una conversación que ya traían antes de entrar.
acto primero
escena 1
asistenta 1:
(Entra en la habitación. Al principio habla a la otra asistenta que todavía no ha entrado)
-Venga, date prisa. Todavía nos quedan dos camas más por hacer. A éste lo subirán enseguida y aún no hemos ni empezado.
asistenta 2:
(Desde fuera de la habitación. Cuando entre, llevará toda la ropa de la cama. Casi no se le ve la cara al principio)
-¡Ya voy, ya voy! ¡Qué mujer ésta!
asistenta 1:
-Pero ¿todavía no estás aquí? Vamos, pásame la bajera. ¡Mira que la que me ha tocado contigo...!
asistenta 2:
-No será para tanto. ¿Qué me ibas a decir del capítulo de hoy? ¿Es verdad eso de que Ernesto no sabía lo de su mujer?
asistenta 1:
-¡Como te lo cuento! Después que le llamaran, fue a su casa, y al llegar, la vio con..., con ése, el fotógrafo.
asistenta 2:
-¿Con Ramón?
asistenta 1:
-Sí, ése. ¡Ramón! Pues la ve con Ramón y se monta un cirio. Y en la discusión se le cae la cartera a Ramón y descubre las fotos con ella y sus dos hijos.
asistenta 2:
-¡Toma ya! ¡No me digas! ¿Y qué pasó después?
asistenta 1:
-Nada. Continuará mañana. Pero te aseguro que ese matrimonio se acaba y nadie sabe que puede pasar después.
asistenta 2:
-A mí que me da pena, el Ernesto ese ...
asistenta 1:
-Tiene lo que se merece. No hace caso a nadie. Con lo que le quería su mujer ...
asistenta 2:
-Sí, pero ella se lió con el otro.
asistenta 1:
-¡Por darle celos era! (Pausa) ¿Qué haces mañana?
asistenta 2:
-No tengo guardia. Aprovecharé para hacer unas cosillas.
asistenta 1:
-No te pierdas el capítulo. (Pausa) ¿Sabes que voy a pedir que me cambien de planta? Tú deberías hacer lo mismo. Ésta me deprime.
asistenta 2:
-¡Ya podrás! Con los años que llevas aquí te harán caso enseguida. Pero a mí ..., cuando eres el último mono te toca bailar con la más fea y esperar.
asistenta 1:
-Me fatiga estar aquí. Hacemos camas para condenados. ¿Tú has visto con qué cara de miedo suben y cómo se hunden más y más a cada día que pasa?
asistenta 2:
-Sí. Es triste pero no tiene remedio.
asistenta 1:
-Si fuera yo, les diría el primer día que aquí sólo se viene a morir. Que de aquí no se sale. Es como el cuento aquel: "El castillo de irás y no volverás"
asistenta 2:
-Un viaje sin retorno; a cámara lenta, muy lenta.
camillero:
-¡Paso! ¡Apurando que es gerundio! ¿Ya está todo preparado? Voy a subir al paciente dentro de un momento.
asistenta 1:
-Hemos terminado ahora mismo. Cuando queráis lo podéis traer.
asistenta 2:
-¿Por qué están siempre tan desnudas estas habitaciones? Una cosa es ser funcional, la asepsia, lo clínicamente adecuado, lo justo e imprescindible, y otra muy distinta es lo deprimente. ¿No os parece?
camillero:
-¡Y yo que sé! Para el tiempo que duran aquí ....¿vale la pena? Estaríamos más tiempo poniendo y quitando las decoraciones que curando a los enfermos.
asistenta 2:
-Sí, tal vez sea por eso. Tienes razón.
asistenta 1:
-Pero esta tristeza, este blanco que no parece blanco, me pone enferma. No puede ser bueno. No señor.
camillero:
-No será bueno pero es lo que hay. Así que a callar y despejando que voy a por el cliente. (Sale de la habitación)
asistenta 1:
-Pues a mí, que cuando les veo entrar por esa puerta me da un no se qué .... Una pena que se me sube por el cuello hasta la boca y que me aprieta como queriéndome hacer llorar. Si pudiera, no pasaban de la primera noche de soledad y sufrimientos. No señor. ¿Acaso no se le llama la planta para enfermos terminales? Pues que terminen ya con ellos. Más se parece a un nido de dolor, que además de empapar al moribundo, salpica a los que le rodean.
asistenta 2:
-Yo tengo los ojos secos de tanto verlos llorar. Si no quieres estar aquí cuando lo traigan, date prisa y vámonos, que aún nos queda mucho por hacer.
asistenta 1:
-Sí, vamos. ¡Qué asco de vida! ¡Cuánta tristeza innecesaria! (Salen por la puerta)
escena II
(Entra Antonio, único hijo de Juan, el paciente)
Antonio:
-Ésta debe ser la habitación. (Se asoma para volver a comprobar el número) Sí. Seiscientos seis, cama dos. Bueno, al menos estará solo. Me dijeron que ya estaría aquí y, como era de esperar, aún no lo han traído. ¡Fíate de esta gente! No saben ni lo que hacen, ni cómo lo hacen, ni cuando lo hacen. ¡Valientes elementos que están hechos! (Pasea examinando la habitación. Se para ante las taquillas) Son prácticos estos cacharros. Pequeños pero suficientes. Total, no tendrá muchas oportunidades de ponerse trajes. ¡Ei, pero que tarde es! ¡Como si no tuviera otras cosas que hacer! La reunión es dentro de una hora y aún tengo que pasar por casa a cambiarme. (Saca el móvil, marca, espera pero comunica) ¡Y ahora comunica!
enfermera 1:
(Llama a la puerta y entra. Antonio se sobresalta un poco)
-¿Se puede? ¡Hola!
Antonio:
-¿Eh? ¡Ah, sí, pase! ¿Me puede decir si piensan subir a mi padre de una vez, o han cambiado de idea?
enfermera 1:
-¿Es usted familia del 606?
Antonio:
-¿No le digo que es mi padre?
enfermera 1:
-Sí, bueno, verá, ... Aún tardarán. Cuando lo traían se han presentado unos pequeños problemas y lo han llevado a observación. Cuando todo se normalice estará aquí. Por cierto, me piden que firme estos papeles para poderle hacer nuevas exploraciones.
Antonio:
-¿Firmar? ¿Firmar, qué? Tengo bastante prisa. Mi tiempo es oro y ahora me vienen con que tengo que firmar ...
enfermera 1:
-Es, para en caso de necesidad, tener todos los permisos necesarios en regla. Pura burocracia administrativa.
Antonio:
-Y para tener las espaldas bien cubiertas y saber a quien hincar el diente después ¿Eh?
enfermera 1:
-¿Me piensa firmar esto o no? Yo también ando corta de tiempo, ¿sabe?
Antonio:
-Tendrán que esperar a su esposa. Yo, desde acabé la escuela, no firmo nada si no es ante un abogado, a poder ser el mío. Luego, pasa lo que pasa, y aquí se lava las manos hasta Pilatos.
enfermera 1:
-Pues entonces, ...¿hay algún teléfono donde localizar a la esposa para que venga enseguida a firmar?
Antonio:
-¿Tanta prisa por unos permisos que tal vez ni se necesiten? Me empieza usted a intrigar ...; ¿qué es lo que pasa de verdad? ¿Hay algo más?
Doctor Herrán:
(Entra de repente, nervioso; se dirige a la enfermera, luego a Antonio)
-¿Viene o no viene la autorización de los demonios? Tenemos el enfermo estabilizado, a la espera de las exploraciones y ... ¿Quién es éste? ¿Algún familiar?
enfermera 1:
-Es el hijo. No quiere firmar. Dice que esperemos a la esposa. Que el no autoriza ni se responsabiliza de nada.
Doctor Herrán:
-¿Dónde está la esposa? No podemos esperar más tiempo. Sin permiso no hay tratamiento ni exploración. Y, sin ellos, allá usted. No hay tu tía. O se firma o no sé si saldrá de ésta.
Antonio:
-Pues, no sé. ¿No hay otra elección?
Doctor Herrán:
-No y sí. Pueden llevárselo, pero para ello también hacen falta firmas.
Antonio:
-Y los gastos de los cuidados hasta ahora ... yo es que no puedo responder ...
Doctor Herrán:
-¡Firme ya, por Dios, no le costará ni un duro más!
Antonio:
-Me ofende usted. ¿Qué se ha creído? Firmaré para que no crea que es, lo que no es; pero no sé si será lo mejor para mi padre, no lo sé ... (Pausa mientras firma y consulta distraído el reloj) ¡Y qué tarde es! No voy a llegar a la reunión!
(Antonio se va y el Doctor Herrán también sale con la enfermera 1. Poco a poco se hace oscuridad)
acto segundo
escena I
(La misma habitación. A medida que se ilumina se ve la cama ya ocupada. Luis está consciente y semi-recostado)
Luis:
-¡Enfermera, enfermera! (Pausa) ¡Nada. Ni por esas! ¿Y esto? Un timbre para quien no puede usarlo. ¡Ja! Como darle pan al que no tiene dientes o un peine a quien es calvo. ¡Enfermera, enfermera! (Pausa) Y seguro que en la planta son todos sordos. ¡Claro, por eso no me han quitado todavía las cuerdas vocales, que si no ...! (Pausa. Gesto de dolor) ¡Esto duele! Señor, Señor, ¿qué te he hecho yo para merecer esto? El dolor, ¿sabes?, cuando es en soledad, es más dolor. Y es que no tengo a quien consolar cuando sufre al verme gemir. Me quedo solo, pero sobre todo con este sufrir inútil ...
enfermera 2:
(Entra de repente, sin llamar, muy decidida) -¡Es la hora de las pastillas! ¿Cómo estamos esta tarde? ¡Qué!, ¿ponemos la cuña?
Luis:
-Será "pongo", no ponemos. Aquí sólo estamos los dos, y a mí, temo que me sería un pelín difícil.
enfermera 2:
-¿Deduzco un poco de cínica e irónica mala leche en el señor, o me engañan mis oídos? ¡En fin! Tome esto y ahora a ver si hace un pipí.
Luis:
-Ahora no tengo ganas.
enfermera 2:
-Pues hasta dentro de dos horas no vuelvo a pasar. ¿Entiende? Y hoy ya se han cambiado las sábanas de la cama, ...
Luis:
-¡No me lo puedo creer! Usted es impresentable. Me voy a quejar a la jefa de planta y a la dirección del hospital.
enfermera 2:
-¡Pues quéjese, hombre! Venga, no se contenga y quéjese a gusto.
Luis:
-¡A usted no, a la dirección! ¡Quiero que me traigan el libro de reclamaciones!
enfermera 2:
-¿Y con qué mano piensa escribir? Usted grite y no se irrite, y un día de éstos le oirán en dirección.
Luis:
-¡Ríase y búrlese! Ya verá cuando vengan mis hijos ..., o mi esposa. Ellos se encargarán de decirlo.
enfermera 2:
-¿Ellos? ¡Venga ya! Vienen de uvas a peras y cuando lo hacen, sólo dicen: (Con retintín, poniendo voz aflautada) "¿Cuánto le queda? ¿Hay para mucho? ¡Cómo sufre y nos hace sufrir al verlo así; ay, ay! ¡Pero qué tarde se nos ha hecho! Bueno, como ya casi no nos reconocerá ... Además no sabríamos que decirle, es todo tan triste, ..."
Luis:
-¡Cállese, basta ya! Es usted un demonio. ¡Váyase y déjeme estar! (Gira la cabeza al otro lado y solloza)
enfermera 2:
-¿Yo el demonio? Demonio quien le puso en este estado. Y usted su cómplice mudo, que en este estado de deshecho humano carga a su familia y amigos con preocupaciones inútiles; eso si supieran preocuparse por algo que no fueran ellos mismos. Usted es quien quiere herir sus conciencias, si tuvieran alguna conciencia que herir. Porque me parece que la que tenían se les ha dormido desde que dejó de aportar nada digno a su existencia. ¡Ja! Lo verdaderamente triste, es que ahora no puede hacer nada, no sirve para nada y los demás le sienten como un lastre físico, económico y moral. Es ..., sólo un peso. Cuando además sea un peso "muerto", muchos se lo agradecerán.
Luis:
(Todo el discurso lo hace girada la cabeza al otro. Ahora la tutea)
-¡Cierra la boca, víbora, y llévate esta maldita cuña! Tú no sabes lo que dices. Mis hijos me adoran, mi esposa me quiere. Mis amigos están, ...están esperando que vuelva pronto. ¿Qué sabrás tú del mal que tengo y de lo que sienten ellos! Entérate que no es más que una afección reumática que ha afectado a los nervios y a los músculos. Pero en cuanto responda a la medicación, volveré a ser el de antes y no necesitaré tu sucia ayuda, ni tus deleznables manos. Ya verás , ya. (Pausa) Ahora déjame; te lo pido por favor. Deseo dormir un poco y olvidar que has venido alguna vez a amargarme la existencia. ¡Vete!
enfermera 2:
(Le saca la cuña)
-Como quieras. Yo conozco el paño de todas las telas. Y el tuyo no es diferente. He visto muchos como tú y todos han acabado por reconocer que tenía razón. Cambiarás, te lo prometo, y tarde o temprano, cuando por fin veas, me buscarás para que te ayude, porque no aguantarás más. (Mira la cuña) ¡Vaya por Dios, si no has hecho nada! Me huelo que esta noche, el nene mojará la camita. ¡Ja! Peor para ti. Me voy.
(Sale de la habitación)
Luis:
-Noto dolor; eso debería ser bueno. ¡Lo que duele está vivo y lo que está vivo puede sanar,... o empeorar. Pero no pensemos en negativo.Debo apartar de mi mente estos pensamientos que me asaltan. ¡Qué bruja es esa enfermera! Es cierto que no vienen muy a menudo a verme, pero, a ver, no pueden hipotecar sus vidas para darme conversación las veinticuatro horas del día. A Clara sí que me gustaría verla. Pero no la dejan venir. Dicen que se desharía en llantos. Que su corazón no lo soportaría. Personalmente, nunca he podido verla llorar. Me puede. Mejor así, pero la hecho mucho de menos y cuando me invade la incertidumbre del desenlace, la tediosa espera y estos medicuchos y enfermerillas de tres al cuarto, me vuelven loco y querría tenerla a toda costa conmigo, sentada a mi lado, para aferrarme fuertemente a su mano y dormir tranquilo, sabiendo que con ella cerca no me podían hacer nada malo. No sé si esta noche conciliaré el sueño pero debo intentarlo. Cerraré los ojos y pensaré en Clara. ¡Sí!, tal vez así lo consiga. ¡Cómo te hecho de menos, Clara! Te quiero y te añoro.
(Las luces se van apagando poco a poco; hasta dejarlo todo en semi-penumbra)
escena II
(La cama sigue en penumbra. Se ilumina sólo la puerta y esa luz va siguiendo a los personajes que entrarán: por orden de aparición, Antonio, Doctor Herrán, Elisa y su hijo Luisito)
Antonio:
-¿Está dormido ya, doctor?
Doctor Herrán:
-El efecto del sedante ya debería haber hecho su efecto. Hagan el favor de escucharme por unos momentos.
Elisa:
-Yo no sé si el niño y yo tendríamos que estar aquí, Antonio. Esto me asusta. ¿Y si se despierta?
Antonio:
-¿No has oído que está dormido? Además tienes que enterarte para explicárselo a mamá. Así que déjate de historia y calla. Y tú, Luisito, cállate; que los papás van a hablar con el doctor.
Doctor Herrán:
-Bueno. Como quedamos, su padre cree que padece una dolorosa afección reumática que le tiene temporalmente paralizado de cuello para abajo, por el reflejo que el dolor le provoca en el sistema nervioso funcional central
Elisa:
-¿Y eso, qué es?
Antonio:
-¡Calla y deja que se explique, por favor!
Doctor Herrán:
-Ni yo mismo sé lo que es. No existe ese tipo de enfermedad. Lo que su padre ignora, es que tiene un cáncer que le afecta varias zonas del cuerpo. Todavía no le ha tocado ningún órgano vital pero, como ya saben, está haciendo muchos estragos en su capacidad motora. Lo que significa que se encuentra también en la médula alta. Es doloroso pero todavía soportable con el tratamiento de analgésicos y sedantes que le estamos dando. Él, por el contrario, cree que son estimuladores del sistema.
Antonio:
-¿Cuál es la esperanza de curación o de recuperación, sea la que sea, Doctor?
Doctor Herrán:
-Definitivamente, con esta metástasis tan avanzada, es nula. Calculo que en unas semanas, a lo más un mes o dos, la destrucción será masiva. Esperemos que el cerebro sea de los primeros órganos en sucumbir.
Elisa:
-¿Sufre mucho ahora?
doctor:
-Por ahora no. Pero más adelante lo va a pasar peor. De todos modos, nosotros estaremos al tanto para paliarle los mayores sufrimientos posibles.
luisito:
(Que no ha parado en todo el rato de estirarle el vestido a su madre)
-¿Qué le pasa al abuelito mamá? ¿Puedo verlo? Dime, ¿puedo verlo, mamá?
Antonio:
-¡Ahora no puedes! (Pausa) Clara: llévatelo ya y vete con él a casa. Ya sabes lo suficiente. Papá se muere y no hay solución. Sufrirá mucho, muchísimo. ¿Tú no querrás que muera rabiando como un perro, verdad?. Díselo así a mamá. Y también que yo me encargaré de todo. (Al doctor) ¿Qué podemos hacer en este caso?
Doctor Herrán:
-Pues, con los calmantes que le estamos dando y asistiendo a las funciones vitales que progresivamente vayan manifestando problemas, puede aguantar hasta ...
Antonio:
-No me entiende doctor. Me refiero a qué se puede hacer para evitarle ese proceso agónico, más o menos largo, pero muy doloroso. Ya me entiende ... Estamos hablando de una no vida en vida. Se apaga irremisiblemente. Se desliza sin remedio por una pendiente de sufrimiento que nadie sabe con total exactitud hasta qué niveles de padecimiento puede llegar. ¿No es así doctor? Además, nosotros también tenemos unas familias, unas profesiones que atender. Nuestras vidas sí que son dignas de destinar todos los esfuerzos posibles para sacarlas adelante. No podemos hipotecarlas ni supeditarlas, quién sabe por cuánto tiempo, a esperar en la desesperanza lo que no tiene remedio ni solución. Es como ver una película de la que sabes, antes de empezar, cómo va acabar. No la vas a ver y te dedicas a otra cosa.
Doctor Herrán:
-¿Y la esposa del paciente, qué opina al respecto?
Antonio:
-¿Mi madre? Nada. Cuanto menos la metamos en esto, mejor. No creo que asimilara la verdad. No me la imagino viéndolo así. Buscaría cualquier solución para tenerlo un día más con ella; otros tratamientos, más exploraciones, acabaría enferma y a la larga, tendríamos que enterrarla también a ella. Se comería todos los bienes que tiene y hasta se le podría ocurrir llevárselo a casa. ¡Vaya papelón con él todo el día!
Doctor Herrán:
-Entonces, ¿usted qué propone?
Antonio:
-Nada, si me garantiza que no durará más que unas semanas, a lo más un mes, sin más asistencia, ...., podemos dejarlo así.
Doctor Herrán:
-Yo no puedo garantizarle eso. Es más, si aparecen complicaciones, actuaremos en consecuencia, sin encarnizamiento, pero con la atención que se le deba. Y siempre dispuestos a mantenerlo, como sea, con vida si ese es el deseo expreso de él o en su defecto del familiar responsable, que en este caso deduzco que será su señora madre.
Antonio:
-¿Los deseos del paciente; de mi madre? Y las necesidades del resto de la familia? ¿Cómo se le ocurre comparar todas nuestras vidas con la suya? Se está acabando un poco cada día. ¿Es que no lo ve? No hay nada absolutamente que se pueda hacer de positivo ya. Está vacío; sólo le cabe esperar una muerte digna. Es indigno vivir así, en ese estado.
Doctor Herrán:
-¿Me puede decir de dónde le viene a usted esa aguda mirada, capaz de discernir el verdadero valor de la vida de las personas, su verdadera dignidad? La próxima vez que hable con alguien será con su padre y su madre.
Antonio:
-Eso no ocurrirá. Antes me lo llevaré a otro centro con más comprensión. Donde se respire un poco más de tolerancia y no estén anclados en el siglo pasado.
Doctor Herrán:
-Sin el consentimiento del paciente o, en su defecto, de su esposa, no será así.
Antonio:
-Piénselo bien y verá como, a poco que sea objetivo y reflexione con sentido común, acabará coincidiendo en lo mismo que yo. De otra forma, piense, ¿qué final le espera? Usted y yo lo sabemos, y es nuestra obligación moral evitarle todos esos sufrimientos y dolores. Además tarde o temprano acabará pidiéndolo él mismo. ¿Cierto?
Doctor Herrán:
-Es posible. Sin embargo debería saber que una persona en esa situación de padecimiento físico y moral, se ve inmersa a veces en estados depresivos que le hacen desear la propia muerte pero que, si se tratan a tiempo y convenientemente, se consigue que desaparezca la voluntad de querer acabar con su existencia. El control del dolor, hasta su casi total anulación, está solucionado. Lo que me preocupa es el otro tipo de sufrimiento, a menudo más difícil de soportar.
Antonio:
-¿Es que hay otro? ¿A qué se refiere? ¡No se me vaya por las ramas. ¡Explíquese! ¿Quiere doctor?
Doctor Herrán:
-Me refiero a la soledad, al desamor, a no sentirse querido. En pura y estricta justicia de la razón, tal vez la solución sería terminar ya o en cuanto él nos lo manifestara. Pero la cosa no es tan maquiavélicamente sencilla. La sola justicia no da alas para vivir. Con sólo la atención facultativa y el precario amor del que se siente objeto por parte de los que le rodean, acabará él mismo pidiendo que lo maten. Pero será una decisión adulterada que lo único que reflejará es la incapacidad nuestra para hacer que se sienta querido, útil, digno. Sepa de una puñetera vez que el problema no lo tiene él. Está en nosotros, en lo más profundo de nuestro ser, en nuestro exacerbado egoísmo. En el fondo de su corazón únicamente necesita sentirse reconfortado, amado, ... Y me temo que lo que ve es que supone una carga de penalidades para los que él quiere.
Antonio:
-¡Venga ya! Todo esto me suena a moralina barata de confesionario. Y usted debería ser un hombre de ciencia al servicio de todos. También de los que no nos estamos muriendo.
Doctor Herrán:
-No es el cáncer lo que le está matando. Son las pocas ganas de vivir que le están transmitiendo los que deberían darle afecto, apoyo y cariño. Sólo el amor sincero le dará fuerzas para vivir y para afrontar dignamente la muerte.
Antonio:
-Comprenda, doctor, que porque le queremos, no queremos verlo así más tiempo. ¿No lo entiende? Ustedes se encarnizan en el cuerpo y olvidan la persona.
Doctor Herrán:
-¡No! Son ustedes los que solamente ven un cuerpo que se pudre y olvidan la persona, la verdadera esencia del ser humano que subyace dentro.
Antonio:
-No deseo seguir manteniendo este diálogo para besugos. Recapacite y descubrirá que a veces hace falta tomar dolorosas pero valientes decisiones.
Doctor Herrán:
-Pensaré en lo que me ha dicho. Pero no se haga ningún tipo de ilusiones. ¡Buenas tardes!
Antonio:
(Mientras se dirige a la puerta)
-Adiós doctor. (En voz baja, para que no le oiga el doctor) ¡Valiente necio egoísta y majadero!
Doctor Herrán:
(Pequeña pausa. Luego se asoma al exterior de la habitación. Se le oye con claridad)
-¡Enfermera! Consígame por favor, el teléfono del 606. Es urgente... No, del hijo no. El de la esposa. ¡Pues búsquelo y encuéntrelo, demonios! (Se acerca a la cama y mira detenidamente al enfermo) ¿No has oído nada de lo que hemos hablado aquí? Mejor así. Hemos puesto tu vida en una balanza. Intentaré que no la falseen, pero tú duerme el sueño reparador de cuerpo y espíritu que tal vez te lleve a cuando decidiste fundir tu vida con la vida de tu mujer. O a aquel día en que saboreaste entre tus brazos el primer fruto de esa unión. ¡Qué frutas tan envenenadas son las que a veces nos envía la providencia! Esas que ahora quieren arrancarte a destiempo las raíces. No es culpa tuya, no temas. Es ..., ¡tantas cosas!
(Se retira lentamente. El foco de luz queda fijo en la cama. Cuando el doctor se va, la luz se hace poco a poco más pequeña, hasta desaparecer)
acto tercero
escena I
(A medida que aumenta la luz, se ve al enfermo semi-recostado. Una enfermera le da un desayuno consistente en bollitos con leche)
María:
-Venga, otro poco más. Abra la boca, hombre, ...Así, aaa ¡Muy bien! Espere que le limpiaré los labios. ¿Ha visto como ya casi se ha terminado el desayuno? Y me decía que no tenía apetito ... Para la leche le he traído una paja de esas de bar, de las que se doblan ¿Ve? Es verde, pero no encontré otro color. Le he comprado unas tres docenas. Tiene que usarlas todas, ¿eh?
Luis:
-No importa, gracias. ¿Sabe? No la tenía vista del hospital. ¿Es nueva?
María:
-¡No, qué va! Estaba en maternidad. Ya sabe, entre llantos, pañales y mocos todo el día. ¡Era una delicia, sí señor! Pero me han traslado aquí. Aunque no me importa en absoluto porque, de hecho, entre un niño y usted no hay más diferencia que la barba y unos setenta quilos. En lo demás, son muy parecidos. Los dos necesitan cuidados semejantes, mucho amor y mucha entrega. Además, ¿sabe que los niños y los ancianos, perdón, los mayores, están más cerca de Dios? ¡Pues sí! Los primeros, porque acaban casi de salir de sus manos y los segundos porque les falta poco para volver a ellas.
Luis:
-Dios....., ¿voy a encontrarme pronto con Dios? ¡Hace tanto tiempo que no hablamos! No le reprocharía que ya no quisiera acordarse de mí.
María:
-Todos vamos a encontrarnos con Él. Y Él no olvida nunca una cara. Nos ha llamado muchas veces y siempre por nuestro propio nombre. Aunque le hallamos hecho oídos sordos siempre ha salido, una y otra vez, a buscarnos, a llamarnos, a veces a voz en grito, otras con voz muy queda, en la más completa intimidad. Por cierto, ¿puedo llamarte Luis? Yo me llamo María.
Luis:
-¡Sí, claro que sí, pero continúa con lo que decías.
María:
-Dios no olvida, Luis. Y cuando llames a su puerta, Él sabrá que eres tú y sabrá cuánto has amado. Sabrá también cuántas veces te llamó y cuántas no le escuchaste ...
Luis:
-Siempre había mucho ruido, ¿sabes? Y creo, en honor a la verdad, que tampoco puse demasiada atención. Pero, eso sí, cada noche, hasta hoy, me acordé de su Madre y nunca olvidé despedirme de Ella con los mismos tres Avemarías que me enseñó mi madre de pequeño.
María:
-Eso está muy bien, Luis, y seguro que te lo tendrá en cuenta pero, aún estás a tiempo de escribirle una carta de más profunda reconciliación. No con papel y tinta, si no con el alma y el corazón.
Luis:
-¿Sabes que te ha salido una rima que no está nada mal?
María:
-¿De veras? Reconciliación y corazón, ......¡Pues sí! De hecho, es lógico, sin un impulso sincero del corazón no puede haber reconciliación posible. ¡Hazme caso y busca al amigo que creías perdido. Te está esperando desde hace una eternidad. (Se agacha) Te he traído una sorpresa. Un poco de color para tus ojos. No es gran cosa pero dará un toque a tu cuarto. (Le muestra un jarro con una rosa)
Luis:
-Antes, mientras desayunaba, me pareció oler algo. Creí que sería tu perfume o algo así. Te agradezco el detalle.
María:
-No hay de qué. La sal de la vida son los pequeños detalles, insignificantes, que pueden hacer la existencia de los demás un poco más placentera. (Levantándose de repente) ¿Te parece bien que la ponga sobre la taquilla?
Luis:
-Así estará muy bien. ¿Le molesta si le pregunto si está casada?
María:
-No me molesta en absoluto y sí que lo estoy. Aunque hace ya mucho tiempo que mi esposo murió.
Luis:
-No hará tanto, tú eres muy joven. ¿No has pensado en casarte de nuevo?
María:
-No creas todo lo que ven tus ojos. No soy tan niña. Y si lo parezco es porque, aunque mi esposo ya falleció, sigo tan casada y enamorada de él como el primer día. No deja de ser si no como si sólo hubiera salido para un largo viaje, y en un tiempo más o menos breve, nos volviéramos a encontrar. La fidelidad del amor, su esencia más pura, traspasa las barreras del tiempo y del espacio. Hasta Penélope, mujer de Ulises, sabía un poco de esto y por eso esperó sin desfallecer.
Luis:
-¡Qué bien sientan a mi corazón las palabras que me dices María! Aunque algunas de ellas se le escapan a mi cabeza. ¿Tuvisteis hijos?, perdón, quería decir si tenéis hijos.
María:
-Uno tenemos. Viaja mucho....hoy aquí, mañana allá. Es como si estuviera en todas partes. No para nunca. Le veo en sus cartas o me llama casi cada día. Me explica muchas cosas, nuevas y viejas a la vez. Tantas que me es imposible sentirme sola ni un sólo instante. De todo lo que me dice, lo que se escapa a mi cabeza, lo guardo en mi corazón, como he hecho siempre. Y aquí, en el corazón, todo se entiende y cobra verdadero significado aunque no lo alcance a comprender la mente o la mera razón.
Luis:
-Sí..., el corazón... Clara ...
María:
-¡Ah, casi me olvidaba! Ayer recibí una llamada de Él.
Luis:
-¿De tu hijo?
María:
-¡Sí! Y me habló de ti, Luis.
Luis:
-¿Qué sabe él de mi? ¿Es que le has contado algo?
María:
-Casi no ha hecho falta. Me dijo que te dijera que la vida está llena de trabajos. Unas veces los hacemos por los hijos, por la esposa, por dinero, por prestigio... Todos esos trabajos tienen un principio y un final, en cada jornada, en cada objetivo alcanzado.. Si sale mal, se rehace el camino y listos: marcha atrás y vuelta a comenzar. Pero Luis: el gran trabajo es la propia vida y el heroísmo de ese trabajo consiste en acabar la tarea bien y en su momento, con el cada día, con el cada instante. Si lo dejas antes de tiempo, ofrecerás una chapuza impresentable, y si lo retrasas demasiado, puedes dejar una obra inacabada, a veces ni comenzada siquiera. La propia vida es un gran trabajo Luis.
Luis:
-Antes podía hacer muchas cosas. ¡Y me temo que hice tan pocas, que desperdicié miserablemente muchos momentos irrecuperables! ¿Qué puedo hacer ahora, cuando el cuerpo no responde, tirado en esta cama, en la olvidada habitación de un pasillo de hospital?
María:
-¡Puedes hacer tanto! ¡Ni te lo imaginas! Reconcíliate con los amigos. Sobre todo con Aquel que olvidaste hace tanto tiempo... Dale la oportunidad a Clara de acompañarte. Tu buena presencia de ánimo le ayudará mucho. Estrecha su mano, sonríele, dile que la amas y espera con ella lo que tenga que venir. Ésa es la dignidad de persona que tú tienes y que nadie puede arrebatarte. Aquí, ya procurarán los médicos de esquivar el dolor de la carne. Pero el del alma, sólo con actos de amor se combate y así uno cobra nuevas fuerzas.
Luis:
-De veras creo lo que me dices. (María se levanta de repente) Pero, ¿ya te vas? No hemos acabado aún.
María:
-Las flores que te he traído, Luis, sólo eran la cinta que envuelve un regalo aún mayor. (Entra Clara en la habitación. María sale)
Luis:
-¿Clara? ¡Clara! ¡Estás aquí!
Clara:
-Hola Luis. He venido al fin. Antonio insistía en que no lo hiciera. Elisa me decía que la situación era dramática; que le preocupaba mi corazón... Pero ayer llamó el Doctor Herrán y aquí estoy. Me he escapado para estar contigo. Luis, ...¿cómo estás, cariño?
Luis:
-Ahora, bien. Estás otra vez conmigo y lo demás no importa. ¡Oye! ¿Sabes ...? ¡Tengo tantas cosas por hacer, tantos entuertos por arreglar y tan poco tiempo para ello..! ¿Me ayudarás, Clara?
Clara:
-Dime lo que quieras que yo haga y lo haré Luis. Volvemos a tener un proyecto en común. Como antes, ¿recuerdas?. Como cuando nos casamos y nos metimos en aquel pisito, como cuando nació Antonio y había que buscar un hogar más grande. Como en nuestra luna de miel.
Luis:
-Sí Clara. Esos momentos han vuelto hoy, aquí. Entre los dos acabaremos un trabajo. Primero necesito reconciliarme con alguien que hace mucho tiempo que no veo. Llama también a Antonio y a Elisa. Que vengan y vean cómo se acaban las faenas bien hechas; que vean nuestro amor y la fortaleza que este amor desprende. Que aprendan, y espero que no sea tarde, la verdadera dignidad que anida en la persona; en cualquier persona.
Clara:
(Le coge la mano y se besan)
-Sí, Luis. Estos últimos esfuerzos valen la pena.
escena II
(La zona donde están Luis y Clara quedará sumida en penumbra. Sólo la correspondiente a la otra cama y la entrada estará iluminada, pero lo justo para discernir suficientemente a las dos figuras, Asistenta 1 y 2, que entrarán en escena. Se las tiene que reconocer enseguida)
asistenta 1:
-Vamos, acércame el cubre. No, así no, al revés. ¡Que es para hoy, no para mañana! Subirán al paciente y todavía estaremos empezando.
asistenta 2:
-¡Siempre con prisas. ¿No te cansas nunca de ir con la lengua fuera?
asistenta 1:
-Ya tendré tiempo de descansar cuando me muera. ¡Oye! ¿No hueles nada en la habitación?
asistenta 2:
-Ahora que lo mencionas, noto como un olor a colonia.
asistenta 1:
-¡Qué colonia ni qué ocho cuartos! ¡Es a lilas o a rosas! Pero no es posible,... Las únicas flores que ha habido aquí son de hace, ¡qué se yo!
asistenta 2:
-Era un jarro con una rosa. Lo recuerdo muy bien.
asistenta 1:
-La quité cuando dejaron libre la cama dos. No puede ser ...
asistenta 2:
-Sí. ¿También tiraste los dibujos que tenía colgados en las paredes? Se los hizo su nieto, creo, durante las tres semanas que estuvo aquí.
asistenta 1:
-Se los llevaron casi todos. Me parece recordar que les oí decir que con uno de los dibujos, un paisaje o algo así, quería ser enterrado. Pero el último día me pude hacer con uno.
asistenta 2:
-¡Qué bien dibujaba el chiquillo! ¡Cuánto color y cariño ponía en cada uno de ellos! ¿Cuál cogiste?
asistenta 1:
-Se veía a su abuelo, estirado, en una cama con sábanas de flores; la habitación llena de ventanas y las paredes de un verde brillante. La esposa, su abuela, le estaba dando un besazo en la cara mientras él lo recibía con una sonrisa de oreja a oreja.
asistenta 2:
-¡Caray, cómo te lo sabes! ¿Qué te pasa? ¿Estás llorando?
asistenta 1:
-Lloro al recordarlo. Tengo ese dibujo colgado en la pared del salón. Cada vez que lo miro pienso en que no me importaría morir, cuando Dios quiera, como quiera o donde quiera, si alguien me besara y me cogiera la mano como se lo hacía ella.
asistenta 2:
-¡Cuánto has cambiado! No te reconozco. Estás haciendo que algo muy extraño se me remueva por dentro. Aquí, en el estómago, como si quisiera subir a saltitos hasta golpearme en la garganta ...
asistenta 1:
-Tú también cambiarás; lo veo. ¡Venga! ¡Arreando, que es gerundio! Esta cama nos tiene que quedar hecha un primor. Y después nos vamos a celebrar que no me traslado de planta.
asistenta 2:
-¿Ah, no? ¿Es que te lo han rechazado?
asistenta 1:
-He sido yo la que he anulado la solicitud. Aquí podemos encontrar muchas razones para vivir y morir dignamente. Muchos ejemplos sensibles que nos ayudarán a crecer por dentro y muchas oportunidades para dar lo mejor de nosotras, en cada momento, en cada instante, en todo acto de atención a estos maravillosos seres.
(Las dos asistentas salen de la habitación mientras la habitación queda en semi-penumbra y se ven las siluetas de Clara y de Luis, con las manos cogidas y mirándose el uno al otro. De fondo se escucha, por la puerta que quedó entreabierta, una voz femenina que requiere al Doctor Herrán en la habitación 606 para recibir al nuevo paciente. Una tenue luz asoma por la puerta, proveniente del exterior mientras se escucha el Aria de G.F.Haendel "Lascia ch’io pianga")
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